Todo el mundo ha tenido alguna vez una situación excitante en la que le ha tocado ser un voyeur o un mirón. Da igual si tenía que ver con encontrarnos a una pareja haciéndolo muy cerca de nosotros en la playa, o con atisbar un poco el cambio de ropa de nuestra vecina, la que tanto nos pone, a través de la ventana. El voyeur se mantiene en las sombras, pero es capaz de observar lo que hay a su alrededor. Una ventaja que, en términos sexuales, puede llegar a provocar mucha excitación, al observar sin ser observados. Esto, llevado a la obsesión, supone un gran problema para muchos que no pueden evitar el excitarse solamente en este tipo de situaciones. No son pocos los que acuden a las playas nudistas solo para mirar y regodearse en el cuerpo desnudo de una chica, o los que conocen los sitios donde las parejas van a hacerlo en el coche, y se acercan allí con la esperanza de encontrar algo de acción.
El vouyerismo es algo innato en el ser humano, y son muchas las obras de ficción que se han basado en este instinto para desarrollar su trama. Desde La Ventana Indiscreta, del genio Alfred Hitchcock, hasta la más explícita El Voyeur, una producción francesa en la que podíamos encontrar incluso escenas de sexo real. El cine es, en realidad, otra forma más avanzada de vouyerismo, salvo que en este sentido, la ficción siempre supone una barrera entre lo que ocurre y el espectador. Nos colamos en las vidas de los personajes, en sus casas, en sus historias, incluso en sus dormitorios. Pero sabemos que todo es mentira y que cuando se encienden las luces, aquello habrá terminado. ¿Y si esa premisa también se llevase a un nuevo nivel? ¿Y si un montaje teatral pudiera convertirnos en voyeurs de una situación pactada y ficcionada, pero que está ocurriendo realmente ante nosotros? Eso es lo que nos intenta contar Kultur, un montaje de la compañía El Conde De Torrefiel, que ha provocado mucha polémica por su contenido sexualmente explícito.
Una obra de antiteatro
Los propios creadores de la obra, Tania Beyeler y Pablo Gisbert, aseguran que Kultur es más una performance explícita que una obra de teatro. De hecho, se trata de un spin off de una obra anterior, La Plaza, que también contenía una escena sexual bastante potente en la que una mujer tenía relaciones con tres hombres a la vez. Para los creadores, esto es “antiteatro”, porque buscan romper con la posición neutral del público. El espectador seguirá siéndolo, ya que no participa directamente en la obra, pero el montaje le obliga a tomar partido, tanto por lo que ve como por lo que escucha. Un par de historias que hacen metaficción y se entrelazan en la mente de los asistentes, de una manera innovadora, a través de unos audios pregrabados que comentan la escena que se ve en el escenario.
Todo lo que ocurre en las tablas es real
Cuando un espectador llega para una sesión de Kultur, lo primero que recibe son unos auriculares que deberá mantener encendidos y colocados durante toda la obra. A través de ellos escuchará la primera parte del montaje, la historia de una profesora de instituto joven y medio perdida en la vida, que está escribiendo un libro. En él, siete mujeres y siete hombres se encuentran para tener todo tipo de relaciones entre ellos, sin importar su orientación. La profesora confía en que el libro termine convirtiéndose en una película, donde el sexo sea totalmente real. Es así como lo que el espectador escucha en sus cascos conecta con lo que ve en el escenario, encadenando las dos historias de una manera sublime.
Sobre las tablas nos encontramos con el actor Sylvian, que hace el papel de un productor pornográfico a la espera de una chica para hacerle una prueba. Mientras la actriz llega, Sylvian realiza todo tipo de acciones cotidianas, desde comer sushi a pelar una naranja. El espectador, mientras tanto, escucha la historia por sus casos. Es la sensación absoluta de estar viendo algo que no deberíamos, porque al fin y al cabo, no está pasando nada del otro mundo. Cuando Jane Jones llega, todo cambia. La entrevista dura poco, y luego se pasa a la acción, como ocurre en los casting porno reales. Allí, en el escenario, ambos actores tienen relaciones completas, tanto de sexo oral como de penetración. Todo de forma real, sin ningún tipo de fingimiento, y delante de un público que a veces no se lo cree.
Un casting porno con actores profesionales
Ambos actores tienen ya experiencia en el mundo de la pornografía, y de hecho, trabajaban juntos antes de entrar a forma parte de este montaje. La complicidad que hay entre los dos se refleja también en la forma en la que su encuentro se desarrolla. No es simplemente un casting porno cualquiera, sino que hay complicidad. Obviamente, después de tantos ensayos y de tantas representaciones, tanto Sylvian como Jones ya se conocen muy bien y están más compenetrados. El escenario es por completo para ellos, y solo hay un poco de atrezzo, como una mesa, una silla y un sofá. Cada representación es diferente porque aunque el guión es el mismo, el sexo siempre cambia, y eso es lo más fascinante de todo.
El montaje nos ofrece la oportunidad de disfrutar de una escena de sexo explícito a apenas unos metros de nosotros. De sentir lo que sería un verdadero casting porno, en la misma habitación donde se lleva a cabo. Pone a prueba al espectador y le enfrenta precisamente a ese concepto de voyeur del que hablábamos al principio. ¿Nos sentiremos incómodos o nos provocará un deseo irrefrenable el ver a dos personas teniendo sexo ante nosotros? Hay reacciones de todo tipo, e incluso los creadores afirman que parte del público se va del montaje. Eso será porque no saben muy bien lo que van a ver, porque Kultur nunca oculta sus intenciones explícitas, y la obra ha sido muy reconocida por ello.
Éxito en varias ciudades de España
Por muy abiertos que estemos a estas alturas a todo lo que tiene que ver con el sexo y el placer, un montaje tan explícito no es precisamente sencillo de llevar a cabo. Beleyer y Gisbert lo saben bien porque ya tienen experiencia en este tipo de obras, con La Plaza. A pesar de obtener un gran éxito de crítica con aquella función, les costó sacar adelante Kultur, aunque consideran que no es tan provocativa. Es sencillamente una historia que nos muestra nuestro lado más vulnerable, que nos convierte en voyeurs, pero también en observados. ¿Cómo responderíamos si fuéramos nosotros los que estuviéramos en el escenario? La compañía ya ha podido presentar Kultur en ciudades como Gerona y Valencia, con polémica y gran éxito de público. Se espera que también pueda llegar a alguna sala de Madrid, donde este tipo de teatro no es tan habitual, por lo transgresor de su propuesta.